El colosal ejército del III Reich cruza las fronteras de Polonia, inesperadamente, el día 1 de septiembre de 1939, a las 2’50 de la madrugada. En ese momento da comienzo la que con toda justicia, se iba a llamar “guerra relámpago”, y que constituiría un nuevo estilo de lucha. Cinco cuerpos del Ejercito alemanes, mandados por von Kuchler, von Kluge, Blaskowitz, von Reicheau y von List, partiendo de Prusia Oriental, Pomerania, Silesia, etc., se lanzan contra líneas polacas del frente occidental. Aquel verano, aun no concluido, había sido largo y muy calido por todo el país, y los ríos, en cuyo caudal confiaban los polacos para frenar el avance alemán, bajaban con escasas agua y eran muy fáciles vadear para los tanques. Esto fue el comienzo del desastre. El heroísmo de la nación invadida iba a ser tan sangriota como inútil. El anticuado armamento de sus tropas y la táctica pasada de moda que empleaban sus jefes poco podrían hacer ante la gran potencia militar alemana, representadas en sus divisiones acorazadas “las famosas panzerdivisionen” y en sus nuevos procedimientos de combate. El uso masivo de tanques y aviones iba a concluir con todo intento heroica de resistencia: las líneas defensivas polacas pronto quedaron deshechas, en especialmente en aquellos lugares donde menos se esperaba el ataque.
Minaras la Luftwaffe bombardea Gdynia, y el buque escuela Schleswig-Holstein dejan caer sus proyectiles en la Westerplatz, los paracaidistas desciende, por primera vez en la historia de la guerra, sobre los campos silesianos. Y sigue el avance alemán, caracterizado por el sistema de grandes bolsas: se cruza el Fístula, se ocupan las fortalezas de Graudenz y Mlava, y se conquistan las ciudades de Bromberg y Cracovia, donde las tropas vencedoras, después de aniquilar dos divisiones de infantería y dos batallones de cazadores, y hacer prisioneros a tres generales polacos, rinden honores ante el sepulcro de José Pildsuski, el gran militar y político polaco, fallecido tres años antes.
El colosal ejército del III Reich cruza las fronteras de Polonia, inesperadamente, el día 1 de septiembre de 1939, a las 2’50 de la madrugada. En ese momento da comienzo la que con toda justicia, se iba a llamar “guerra relámpago”, y que constituiría un nuevo estilo de lucha. Cinco cuerpos del Ejercito alemanes, mandados por von Kuchler, von Kluge, Blaskowitz, von Reicheau y von List, partiendo de Prusia Oriental, Pomerania, Silesia, etc., se lanzan contra líneas polacas del frente occidental. Aquel verano, aun no concluido, había sido largo y muy calido por todo el país, y los ríos, en cuyo caudal confiaban los polacos para frenar el avance alemán, bajaban con escasas agua y eran muy fáciles vadear para los tanques. Esto fue el comienzo del desastre. El heroísmo de la nación invadida iba a ser tan sangriota como inútil. El anticuado armamento de sus tropas y la táctica pasada de moda que empleaban sus jefes poco podrían hacer ante la gran potencia militar alemana, representadas en sus divisiones acorazadas “las famosas panzerdivisionen” y en sus nuevos procedimientos de combate. El uso masivo de tanques y aviones iba a concluir con todo intento heroica de resistencia: las líneas defensivas polacas pronto quedaron deshechas, en especialmente en aquellos lugares donde menos se esperaba el ataque. 
Minaras la Luftwaffe bombardea Gdynia, y el buque escuela Schleswig-Holstein dejan caer sus proyectiles en la Westerplatz, los paracaidistas desciende, por primera vez en la historia de la guerra, sobre los campos silesianos. Y sigue el avance alemán, caracterizado por el sistema de grandes bolsas: se cruza el Fístula, se ocupan las fortalezas de Graudenz y Mlava, y se conquistan las ciudades de Bromberg y Cracovia, donde las tropas vencedoras, después de aniquilar dos divisiones de infantería y dos batallones de cazadores, y hacer prisioneros a tres generales polacos, rinden honores ante el sepulcro de José Pildsuski, el gran militar y político polaco, fallecido tres años antes.
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